Con la ayuda de Don Quijote
Comics para un cuento de ilusiones porno.
Caminaba yo por Esmeralda, muy cerca de la esquina
de Córdoba cuando de un portal sospechoso salió una muchacha muy hermosa y pequeña con escasas ropas que permitían admirar
sus pechos y sus nalgas untadas con aceite que las hacía brillar. Visión conmovedora, erótica y sensual. Su ingenuidad me
saltó a los ojos como flecha certera.
Una vieja que marchaba apoyada en un bastón de madera
y acero la miró y escupió con asco estas palabras indignas:
--Con las nuevas reglamentaciones las meretrices
andan desnudas por estas calles que calles dignas fueron en La Gran Aldea. Pero ¡ay! todo termina.
Y se alejó hacia Tucumán con lentitud de tortuga.
Me dije que la vieja estaba loca puesto que la aparición
no podía ser más que una Diosa, en estos tiempos en los que escasean tanto los dioses y sus misioneros angélicos. Me adelanté
unos pasos y ya casi en la esquina de la avenida Córdoba que ella se aprestaba a cruzar me puse de rodillas ante la hermosura
y le dije con unción no fingida:
--¡Diosa mía, me declaro tu fervoroso sirviente!
La joven Diosa me estudió --creo que con ironía--,
y mirando tras su hombro se dirigió a un mozalbete atlético de anchos músculos bíceps y le dijo:
--Juan, este loco me llama Diosa. ¿Qué te parece?
Por toda respuesta el de los veinte años, más no
le daba, me propinó una paliza que dio conmigo, largo rato después, en el Hospital de Clínicas donde constataron que tenía
mis piernas quebradas y dos costillas arrolladoramente encastradas en mi pulmón derecho.
Porque eso sí, en Buenos Aires cuando un evento como
éste sucede, los policías (había allí mismo dos) se dan vuelta y caminan hacia otros lados más tranquilos; la gente pasa,
lo mira a uno, dice o no, “Pobre diablo” y continúa por su camino hacia alguna infecta oficina.
No obstante, alguna almita menos mala debe haber
llamado al Hospital. Claro que estaba yo en Buenos Aires, quejándome dolorido y la ambulancia tardó cuatro horas en llegar.
Cosas de esta ciudad.
Cuando desperté mareado por la anestesia bajo cuyo
efecto los médicos arreglaron mis huesos, de inmediato pensé.
--¿Dónde está mi Diosa?
Y, me arrepiento con dolor en mi espíritu (también
bastante machucado por el atleta quien, mientras me pegaba, gritaba los insultos más soeces que se pueda imaginar dirigidos
a desquiciar mi cerebro), me arrepiento, decía, porque hubo un momento en que llegué a dudar --¡oh, Dios de los Infiernos!--de
que aquella hermosura fuera una Diosa.
Menos mal que enseguida vino en mi ayuda Don Miguel.
Porque recordé de inmediato el capítulo XLV de la Cuarta Parte
del Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha, aquél que
narra “Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda
verdad”. Capítulo que me sé de memoria y que explica cuán cierto era lo que yo había pensado:
“--¿Qué les parece a vuestras mercedes, señores—dijo
el barbero--, de lo que afirman estos gentileshombres, pues aún porfían que ésta no es bacía, sino yelmo?
--Y quien lo contrario dijere –dijo Don Quijote--,
le haré yo conocer que miente, si fuere caballero, y si escudero, que remiente mil veces.
Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como
tenía tan bien conocido el humor de don Quijote quiso esforzar su desatino y llevar adelante la burla, para que todos riesen,
y dijo hablando con el otro barbero:
--Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también
soy de vuestro oficio, y tengo más de veinte años carta de examen y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería,
sin que le falte uno; y ni más ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es un yelmo y qué es morrión
y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor
parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en
las manos no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro y la verdad de
la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.
--No, por cierto –dijo don Quijote--, porque
le falta la mitad, que es la barbera.
--Así es –dijo el cura que ya había entendido
la intención de su amigo el barbero.
Y lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus
camaradas; y aún el oidor, si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara por su parte en la burla, pero
las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso, que poco o nada atendía a aquellos donaires.
--¡Válame Dios! –dijo a esta sazón el barbero
burlado--. ¿Qué es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner
en admiración a toda una universidad, por discreta que sea. Basta. Si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta
albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.”[…]
(Miguel de
Cervantes: Don Quijote De La mancha
Edición
del IV Centenario Real Academia Española y Asociación
de Academias de la Lengua Española. Año
de la Edición 2004)
Totalmente despierto ya, lo comprendí todo. Así como
don Miguel de Cervantes a través de don Quijote pudo convencer al incrédulo barbero de que aquella bacía no era tal, sino
yelmo, me resultó evidente que aquella mujer que la vieja tomara por meretriz era realmente una Diosa. Eso sí, con un escudero
de mal genio, no como el bueno de Sancho.
Apenas dado de alta caminé, ayudado por las muletas
que me dieron en el Hospital, hasta el furtivo portón de Esmeralda cerca de la esquina con Córdoba. Esperé a que saliera mi
bellísima Diosa, porque aquélla no era puta sino Diosa con Olimpo propio. Por las dudas me resguardé tras unos andamios que
allí muy cerca estaban armando, ante la posibilidad, que supuse no muy remota, de que la Diosa saliera custodiada por su escudero de bíceps de fierro.
Y salió la mujer a recibir a un hombre que estaba
ante la misteriosa puerta. El macho que esperaba, en cuanto la vio comenzó a tocarle omnívoramente las redondeles del cuerpo.
--¡Momentito, che! –dijo mi Diosa--. Primero,
pagáme doscientos pesos.
Pensé que con el cambio de las épocas las Diosas
se han monetizado y convertido al capitalismo más ultraderechista pero no pude sentir rencor hacia ella.
Y es que las cosas son lo que son, si se dan las
circunstancias.